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Tomar, el legado templario



Tras años de lucha contra los musulmanes, un Gran Maestre de la Orden del Temple construyó en Tomar, la antigua Nabancia romana, la sede portuguesa de la orden. Tras su desaparición, los Caballeros de Cristo heredaron sus pertenencias y conocimientos. Y uno de sus monjes fue el responsable de la financiación y los ideales que propiciaron los grandes descubrimientos portugueses en Asia, América y África

Corría el año 1307 y el poder templario en todo el mundo cristiano llegaba a su fin. Presionado por el rey de Francia, el papa Clemente V redactaba una bula en la que acusaba a la orden de los monjes guerreros todo tipo de herejías, desde la idolatría contraria a la fe cristiana, hasta la blasfemia contra los símbolos de Cristo, pasando por todo un rosario de acusaciones que hirieron mortalmente a la orden.



Mientras en los países centroeuropeos los líderes de la orden morían en la hoguera acusados de las más blasfemantes herejías, desde lo alto del convento que la orden tenía en Tomar, los que alguna vez fueron los caballeros de la Orden del Temple respiraban tranquilos. Ya no velarían por los peregrinos que se dirigían a Tierra Santa ni su poder económico haría temblar a reyes y señores, pero seguían vivos.

Tras su caída, su gran poder económico fue traspasado a la Orden de los Hospitalarios, con la excepción las posesiones de España y Portugal. Así, las pertenencias de los Templarios –y los propios monjes guerreros- pasaron en 1312 a la flamante Orden de los Caballeros de Cristo en Portugal. A ella pertenecerían importantes monarcas y personajes relevantes de los descubrimientos portugueses, muchos de ellos educados entre las paredes del enigmático castillo y su convento. La ciudad que fue sede de la poderosa orden, también lo fue de sus sucesores. Es así que recorriendo sus calles, paseando por la ribera del río Nabão o visitando sus iglesias aun se puede ver la impronta de su legado.

Para el ojo del visitante, los rastros de los templarios y sus herederos se pueden ver en la Iglesia de Santa María dos Olivares, en la avenida Marqués de Tomar, o en las antiguas piedras junto al río Nabão. Y si se busca el mayor legado, solo hace falta alzar la vista hacia los Sete Montes para ver en su cumbre la seña de identidad que marcó para siempre la historia de esta ciudad como heredera y símbolo de la presencia de los Caballeros del Temple en Portugal. Nos referimos al castillo de los Templarios y el vecino Convento de Cristo.

Como si fueran los señores de este paraje bañado por el Nabão, desde este refugio de piedra dominaron la economía y la fe de las gentes de este singular enclave. Y quien sabe si la Orden de Cristo, además de heredar sus pertenencias y su poder, llegaron a poseer la información precisa para que Portugal extendiese sus dominios por América, África y Asia.

Quizá en lo alto de Sete Montes se encuentren los restos de la gloria de la sede de los caballeros más poderosos de la Edad Media. Subamos a comprobarlo.

 

El Castillo y el convento

La llanura que recorre el río Nabão, donde se asienta la localidad de Tomar, se transforma en una escarpada ladera. Un camino sinuoso va dejando cada vez más pequeñas las calles y poco a poco comienzan a dibujarse en lo alto las piedras que forman el castillo que sirvió de sede en Portugal a los míticos monjes guerreros.

Una vez en la cima, las piedras del castillo emergen aun altivas, a pesar de que las huellas del tiempo se dejan ver en la estructura. Los templarios y la propia Tomar están ligados a un personaje llamado Gualdim Pais, que llegó a ser Gran Maestre de la Orden en 1156 y un activo combatiente en la lucha contra la invasión musulmana.

Pais era hijo de un noble nacido en Amares, y fue nombrado por Afonso Henriques, primer rey de Portugal, como maestre de la orden, que por aquel entonces, en 1152, tenía su sede en Braga. Luego de numerosas batallas contra los musulmanes, Gualdim Pais alcanzó en 1156 el mayor grado dentro de la orden y cuatro años más tarde –un primero de marzo- comienza la construcción del castillo de Tomar, ya con la intención de convertirlo en sede de la Orden de los Caballeros del Temple en Portugal.

El Gran Maestre portugués construyó una fortaleza en la línea de defensa central del reino, utilizando los restos de la antigua población luso romana de Nabancia. Una leyenda local cuenta que para elegir el lugar exacto, el templario portugués echó a suertes tres veces hasta ubicar su obra en un alto junto a la cuenca del río.

Ya dentro de las murallas, aún se pueden ver los restos de este enclave templario, así como el Convento de Cristo, heredero de la orden y cuya arquitectura se conserva gracias a las continuas modificaciones que sufrió en la época del esplendor portugués tras los descubrimientos. En el interior, los intrincados pasillos que semejan un laberinto, rosetones y estancias de planta octogonal imprimen al complejo edificio de tres plantas la arquitectura que la orden impuso en todas sus construcciones, y que deriva del arte y la edificación inspirados en el Templo de Jerusalén.

De esta primera etapa del Temple en Tomar quedan parte de las murallas, las inscripciones de cruces templarias, las formas octogonales  y la iconografía enigmática que ofrecía una cosmogonía distinta a la del resto del mundo cristiano. Es así que destaca la imagen de un Cristo victorioso, que contrariamente a las imágenes del mesías crucificado o convaleciente, expone exultante su poder. Los frescos de este Cristo, realizados en la época de esplendor de los Caballeros de Cristo (1510), representan escenas de la vida del Redentor que sorprenden al visitante. Están ubicadas en una nave de dieciséis lados cubiertas con bóvedas que recrean un estilo casi gótico.

 

Tomar y los descubrimientos portugueses

 La Orden de Cristo heredó el castillo de los templarios y allí mismo asentó su sede. Y desde aquel enclave controlaron sus dominios y –al igual que sus predecesores- amasaron una enorme fortuna, herencia de las excelentes operaciones económicas que caracterizaron a la Orden del Temple. Pero sus dominios abarcaban también el ámbito político y el espiritual. Es así que el propio rey Pedro I (1320 – 1367, octavo rey de Portugal) confió a esta orden la educación de su hijo, que en el futuro se convertiría en João I, décimo rey de su país.

Fue uno de sus hijos, Henrique El Navegante, quien alcanzó el grado de Gran Maestre de la Orden de Cristo. Era tercero en la línea sucesoria al trono y no tenía posibilidades de convertirse en rey de Portugal, pero cuando contaba con poco más de 20 años, en 1415, participó en la conquista de Ceuta. Fue a partir de ese momento cuando surgió en el infante la idea de explorar las costas de África. Como máximo representante de la Orden de Cristo, utilizó el cuantioso patrimonio para promover las exploraciones. A pesar de su nombre, Henrique el Navegante pasó poco tiempo a bordo y la fortuna de la Orden la destinó a financiar expediciones, pero también a reunir astrónomos, astrólogos y cartógrafos, llegando a conseguir para Portugal algunos de los más importantes descubrimientos de la época, financiados por la fortuna y apoyado en conocimientos de la Orden de Cristo.

Sin embargo, la empresa que llevó la gloria al reino de Portugal tenía aun un componente más legendario. Y es que la Orden de Cristo estaba marcada –al igual que sus antecesores los Templarios- por su propósito de combatir a los musulmanes. Por este motivo, Henrique El Navegante pretendía eliminar el dominio islámico en África del Norte y en Oriente Próximo.

Con esta intención, pretendía la ayuda del Preste Juan, a quien los relatos de la época atribuían un reino cristiano en África. Considerado como un príncipe en algunos relatos, o religioso cristiano en otros, el reino del Preste Juan se extendería al Este del mundo islámico, en la India. A este personaje se le atribuía el haber ayudado a los cruzados a conquistar Jerusalén; mientras que algunos autores lo identifican con Toghrul, rey del pueblo kerait, convertido al cristianismo nestoriano y asolado por Gengis Khan en 1203. Los relatos sobre el Preste Juan y su mítico reino parecen surgir de Marco Polo.

En todo caso, Henrique el Navegante no encontró el apoyo de este personaje ni su mítico reino. Pero lo cierto es que en la epopeya de los descubrimientos, la Orden de Cristo, con sede en Tomar, se convirtió en su principal responsable. Y así está reflejado en numerosos bajorrelieves y manifestaciones artísticas del convento. Buen ejemplo es la imagen de la fachada Oeste, en el que mezclan motivos marinos ordenados de forma surrealista, que hacen referencia a los descubrimientos.

La iglesia de Santa María de Olivares, ubicada en el centro de la villa, guarda también una relación con la gloria de los descubrimientos. Este templo fue, durante la época, iglesia matriz de todas las de África, América y Asia. El edificio fue construido en el siglo XII y luce un gran rosetón sobre la entrada y planta octogonal.

Y es en este templo donde está enterrado Gualdim Pais, gran maestre de los Templarios y artífice de la construcción del castillo de Tomar y de su grandeza en tiempos medievales.

 

Los judíos y la grandeza de Tomar

La dominación templaria sobre Tomar estaba marcada por la fertilidad de la cuenca del Nabão y a su alrededor convivían los monjes guerreros, con siervos, artesanos, esclavos y –paradojicamente- comunidades judías que tuvieron la única sinagoga de Portugal que aun se conserva. Se encuentra en la calle Doctor Joaquim Jacinto de Tomar. Y es que la vida y el progreso de Tomar estuvo relacionado con mercaderes y burgueses judíos, que formaban una clase social diferenciada en épocas de dominación templaria.

La sinagoga de Tomar tiene planta cuadrangular, cobertura abovedada asentada en columnas y un curioso sistema de iluminación pionero en la época que ofrecía una luz difusa. Fue construida en el siglo XV y cerrada en 1496 cuando los judíos fueron expulsados de Portugal.